Las máquinas no
tienen consciencia de cambio, las personas, sí. Las máquinas funcionan, las
personas trabajan. Trabajar implica consciencia de trabajar. La consciencia
hace la diferencia. El impacto de la tecnología en la próxima década será otra
vez muy alto. Pero el cambio no es la tecnología que, por muy sofisticada que
sea, no deja de ser un instrumento muy avanzado. El cambio es el nuevo valor
que construimos para las personas. El cambio es el modo como las personas transforman
su forma de vivir, de relacionarse, de trabajar, de consumir. El cambio es
reequilibrar la sociedad.
El potencial de
las tecnologías que ya tenemos y de las que vienen es tan asombroso que a
menudo perdemos el criterio de utilidad. Hay muchas tecnologías que sabemos que
tendrán gran impacto, pero no sabemos exactamente que cambiarán. Lo
presuponemos con fundamento. Pero hoy vemos muchas tecnologías que parecen
grandes abanicos de soluciones en busca de problema. Y a veces, simplemente
olvidamos que las personas no siempre queremos hacer todo lo que la tecnología
nos permitirá. Sin ir más lejos. Ha cerrado la última factoría de televisores
en 3D.
¿Por qué? Pues
simplemente porque cuando llegamos a casa no nos apetece sentarnos con unas
gafas desproporcionadas a mirar el telediario. Las tecnologías, o sirven para
crear valor tangible o sirven para alimentar el ciberpapanatismo.
Primero está la
empatía y después viene la tecnología. Es decir, el para qué de la tecnología
es fundamental. Por ello, ponernos en lugar de las personas que van a ser las
protagonistas de la tecnología es básico. En innovación, a este sentido final
le llamamos el job to be done. Los
porqués de la bioingeniería son los enfermos que va a guarecer. Las razones de
la inteligencia artificial están en como ayudará a las personas a tomar
decisiones mejores, más informadas, más sincrónicas. Los grandes motivos de la
impresión 3D son su enorme capacidad de juntar industrialización y personalización.
La gran aportación del blockchain va
a ser dar seguridad trazabilidad a las personas sobre casi todo. De lo que se
trata, es que la tecnología, más que crear una realidad aumentada, ayude a
desarrollar una humanidad aumentada. Es decir, que las personas tengamos más
oportunidades gracias a la tecnología.
Sin duda, las
nuevas tecnologías van agitar mucho las formas del trabajo. Nadie puede negar
el impacto que la suma de la robótica, la inteligencia artificial y otras
tecnologías 4.0 va a tener en la ocupación. Pero el paradigma que debemos
buscar es el de una nueva suma de inteligencias. De lo que se trata es de
redefinir la interacción de las máquinas y las personas en un nuevo binomio de
agregación de valor que destruirá puestos de trabajo, pero creará de nuevos.
Nadie sabe exactamente lo que pasará. No soy muy pesimista. A finales de los
ochenta, cuando justo se intuía el impacto de internet, se hablaba de que en
nuestros días viviríamos en la sociedad del ocio, se decía que en 2015 la gente
trabajaría solamente dos horas. Ya ven lo difícil que es hacer prospectiva.
Hay muchas
empresas que, preocupadas por no perder el tren de los tiempos, impulsan planes
de transformación digital. Hacen bien, el mundo dejó de ser solamente analógico.
Pero hacen mal cuando imaginan la transformación simplemente como una inyección
de tecnología. El cambio no es inyectar tecnología, transformar procesos o
reemplazar el como electrónico por una plataforma colaborativa. El cambio es
cómo las personas son capaces de crear más valor para sus equipos o sus
clientes gracias a la tecnología. El cambio es cómo Ias personas aprenden y desaprenden
en el nuevo contexto definido por la inteligencia artificial. La transformación
digital va de personas y pasa por la tecnología. Cuando pensamos en transformación
digital no vamos de la tecnología a los clientes, vamos de lo que los clientes
necesitan o necesitarán a la tecnología. La dirección del cambio no es baladí.
Primero empatía, con los clientes, con los propios profesionales, luego la
tecnología. Si no sabemos qué aspiraciones o qué problemas queremos resolver,
caemos en la tecnología por la tecnología y eso produce poco valor, pero genera
unas facturas carísimas a las empresas. Vivimos en una época que el cambio tiene
una parte personal e intransferible. Nadie puede aprender y desaprender por
uno. Nadie puede suplantar el compromiso de las personas. Las agendas delatan a
los defraudadores del cambio, predican con palabras transgresoras, pero
convocan reuniones antiguas. Aquellas empresas en las que la transformación se
entienda como algo personal y a la vez compartido, ganarán la partida a las que
confundirán cambio con tecnología y transformación con creación de comités. El
cambio es personal o no será. El cambio no es multiplicar las reuniones, es
experimentar hacer las cosas de un modo distinto, superando miedos, asumiendo
errores, ensayando consentido de urgencia y agilidad. El cambio es real cuando
se metaboliza a nivel individual. Pero este cambio personal, que necesita mucho
compromiso, se debilita si solamente es impuesto. Este cambio personal se hace
compartido cuando afloran y se debaten los porqués. Entender las razones del
cambio es ofrecer un sentido a los esfuerzos. Compartir los argumentos para que
sean mejorados es apostar por un modelo de inteligencia colectiva cada vez más
necesario para cambiar. El cambio debe alimentarse de inspiración cruzada, de
arriba abajo y de abajo a arriba. El cambio inherente a la transformación
digital necesita un liderazgo que es más acompañamiento que imposición, una
suerte de líderes que inspiran a los demás porqué experimentan en primera
persona los cambios que proponen. Liderar desde el ejemplo, la vocación de
servicio y una cierta humildad. Entre otras cosas por qué no siempre los
cambios son estrategias certeras o revolcones atinados. La tecnología es el
escenario del mundo, nos rodea y nos envuelve, pero la obra de lo que sucede en
el escenario la escribimos y la interpretamos las personas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario